jueves, 30 de octubre de 2008

Una vez Más

Una vez más

Una vez más, el pobre llega para hacerme las preguntas que sólo el amor puede responder. En estos días me ha tocado volver a la comunidad a conocer qué piensa la gente sobre nuestro trabajo y las necesidades que les preocupan. Caminando por las calles de los sectores del barrio, me encuentro con la maravilla de la naturaleza que rodea nuestro entorno y que ha configurado la formación de la vida de la gente. Los árboles hablan de la vida centenaria de este barrio, donde habita tanta gente buena que busca abrirse camino. Sentir la acogida en cada visita, aunque no nos atiendan. Poder disfrutar ese entorno, las casas, las calles, los perros, la basura, las situaciones de la gente que nos habla de la realidad a la cual estamos llamados a responder.

Mas sin embargo, me detuvo ayer una viejita de 75 años que se encontraba sentada en su casita y que llamó mi atención cuando pude percatarme que estaba sola y con la mirada perdida. Logré verla a través de la ventana de la casita y la saludé, pero no reaccionó. Rápido me percaté que tenía problemas de audición así que entré y le pregunté si me podía sentar. Supe de inmediato que no sería una candidata para hacer las preguntas del cuestionario que debíamos llenar, pero no me podía ir del lugar...

Me contó que había nacido en Río Piedras, pero que era de Caimito, que vivía allí sola y no tenía cómo moverse por lo distante del lugar. Me habló de sus hijos que viven “por allá” en otro barrio no muy distante. Me habló de su enfermedad de los pulmones y de sus problemas con los dos oídos. Sostuvimos un rato de conversación sin palabras en la que me contó que se sentía sola y triste. Sin decir una palabra me dijo que pasaba allí sus días sentada frente a un televisor, que quién sabe si funcionaba. Que la casita poco a poco se le está cayendo en cantos pero no se queja, pues al menos tiene un lugar donde vivir. Mientras hablábamos sin hablar, pasó por allí una guagua de algún político con sus altoparlantes buscando votos. Y yo me pregunté: ¿sabrá éste de lo que se trata ser un servidor del pueblo?. Mientras la observaba, me pregunta qué podríamos hacer nosotros por esta alma que representa tantas otras que hemos encontrado en nuestro sondeo, y nos confirma la realidad de que el país está envejeciendo y viviendo el abandono de todas sus raíces.

Los muebles rotos, parte del techo caído, la cocina con defectos, lo solitario de aquel lugar y allí, esta mujer, esta vida.

Y salí cuestionándome una vez más, hasta cuando vamos a seguir un sendero que nos aleja de nuestra naturaleza humana que nos hace semejantes al amor. Pensé en tantas cosas que estamos viviendo y haciendo que cada vez nos alejan más de nuestra esencia. No pude evitar recordar la escena de locura de la compra de los plasmas y equipos electrónicos, dos días después de las fuertes lluvias de septiembre, donde muchos perdieron todo. Esa ansia que tenemos de llenarnos de cosas materiales a costa de lo que sea. Y me sentí culpable de mi ansia de vivir en un mundo que trata de arrastrarme a ese vacío materialista, dónde cada vez la persona es equivalente a un mueble que usamos, mientras nos sirve y desechamos cuando no le podemos sacar más. Y me sentí culpable porque en muchas ocasiones dejo que la corriente me arrastre hacia donde no quiero ir.

Y doña Casilda me lleva a cuestionarme mi propia capacidad de amar. Mis posibilidades de vivir la búsqueda genuina de una vida donde la persona sea parte de mi espacio y yo sea capaz de vencer los miedos que me llevan a mantener límites para protegerme. En doña Casilda vi reflejada mi inercia ante la radicalidad que requiere vivir a tono con la opción de vida que he definido. Y me vi como una predicadora hueca que a diario habla del amor y los valores, pero que muy en el fondo vivo una distancia entre lo que me pide el amor y lo que es mi realidad. Pensé en las muchas veces que no comulgo con el dolor de mis hermanos, pero pretendo comulgar con el Señor. Las veces en que me hago cómplice del sistema, asumiendo el esquema individualista donde lo mío es primero a lo del otro (a).

Hay cosas que no quiero cargar en mi mochila, porque pesan y no me dejan danzar con la vida y mis semejantes. Cargas mías y de mis hermanos, de mi pueblo que ya es parte de lo que soy, que nos alejan cada día más de esa fuerza capaz de convertir en milagro el barro. Bártulos que van desde muebles, televisores, computadoras, ropa, conocimientos, etc., hasta las fuertes cargas que nos provoca el miedo a vernos y dejarnos ver cómo somos (honestidad). Cargas como la presencia del ego que pretende que todo y todos giren alrededor de él y no tolera el sufrimiento o la incomodad. No tolera el sacrificio salvo que sea para un beneficio propio. Ese ego que nos hace armarnos de una máscara para que otros nos vean de una forma, y en el fondo se esconda lo que verdaderamente somos. Las cargas del dolor no sanado de las heridas del pasado, que nos llevan a actuar como no queremos, a protegernos de ser heridos. Nos llevan a no atrevernos a donarnos libremente hasta desposeernos. Ese maldito afán de controlar a todos y cuanto nos rodea, y que nos limita de acoger la verdad y bien que encierra el vivir en comunión con el otro. Que nos lleva a aislarnos en nuestras jaulas decoradas y a mantener la superficialidad en cuanto hacemos. La carga del vacío interior que nos lleva a beber, fumar, tener sexo descontrolado, consumir adictivamente, acumular de cuanto haya y que nos de poder, con tal de anestesiar el hambre de amor que nos acompaña.

Doña Casilda ayer me recordó, todas estas cargas de un tirón. Me hizo ver mi exceso de equipaje y que toca seguir soltando. Me recordó que mientras guarde silencio ante la mediocridad y la injusticia que nos rodea me convierto en cómplice. Me recordó que debo renovar mi sensibilidad ante la vida, con actos que van desde la gesta de acciones revolucionarias hasta la caricia más sutil, y sobre todo el atestiguar con mi presencia todo en lo que creo. Me abrió la mente a nuevas injusticias que se van gestando, producto del esquema materialista que nos guía y ante las cuales cada día tengo que plantearme mi respuesta. Que no puede haber un solo momento en que dé paso a la tentadora propuesta que nos hace el sistema de dejarnos guiar por el máximo de beneficio con el mínimo de esfuerzo.

Hoy veo en Doña Casilda la presencia del otro (a), veo una vez más como en cada encuentro con la vida, el amor sale a nuestro encuentro para recordarnos de lo que se trata. De lo que se trata nuestra realización y la de cada ser vivo que puebla la tierra. Que para lograr esa gran comunidad, que es la civilización del amor aquí y entre nosotros, hay que empezar desechando las cargas y haciendo espacio en el corazón para acoger a todos cuantos quepan en él. En especial a esos que como doña Casilda, sin hablar nos dicen con el silencio de lo que se trata nuestro paso por acá. Y que ciertamente, en la medida que brote esa liberación propia se desencadenara la liberación de otras almas , y seguirán brotando las verdaderas respuestas que nos guíen hacia el encuentro con el amor. Gracias, Doña Casilda, por regalarme un encuentro con la conciencia y lo que es el ser. Sobre todo en estos días, donde nos sentimos desamparados, porque se viene abajo la gran máscara social y económica en la que hemos visto nuestros días pasar...

Lourdes Ortiz
30 Octubre 2008

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Bienvenido (a) este espacio de compartir aquello que me dice el amor luego de veinte años de convivir con el dolor y las luchas de mujeres y hombres en Puerto Rico y más allá de nuestras fronteras. Quienes con sus vidas me han ofrecido profundas lecciones sobre lo que es la vida y las razones para seguir apostando al amor como única respuesta...