jueves, 27 de enero de 2011

Ni nos rendimos ni nos quitamos

En estos días he tenido que estar explicando porqué nosotros tenemos que seguir doblando el lomo por nuestros jóvenes. Con la resistencia que me da tener el que defender lo que para mí es un deber, una causa, una razón para existir, he conversado serenamente o quizás no tan serenamente, sobre el porqué nosotros no nos quitamos ni nos rendimos. Porqué defendemos nuestra misión con los mal llamados “desertores escolares” cuando hemos sido los que componemos la sociedad, los que hemos desertado de ellos.

En el país van por 90 los muertos sin acabarse el primer mes del año. Escuchando las noticias de estos días, se siente un ambiente de pánico no sé si creado, no sé si real, pero se siente un ambiente de pánico. Se habla de que hay que salir del país, se buscan culpables, razones. Se establecen planes sobre planes, se habla y se habla. Mientras la ola nos sigue arropando.

Ayer tuvimos una revuelta en el Centro por un grupo de jóvenes que trataron de agredir a uno que trajo un arma al Centro. Se realizó la debida intervención, donde algún facilitador cayó patas arriba y de inmediato se levantó y siguió con su intervención hasta que se manejó la situación. En la mañana de hoy, ese mismo facilitador me comentó entre lágrimas su reflexión “nos toca hacer más por estos jóvenes, no podemos conformarnos, pues tenemos que evitar que pasen a las filas de los que matan o son asesinados”.

Luego del incidente los jóvenes reconocieron su equivocación y en el proceso de intervención social volvieron a salir las razones por las que nosotros, no podemos siquiera pensar en descansar ante nuestra misión con ellos. Con sólo raspar un poquito, queda develado todo el dolor y coraje que éstos jóvenes cargan ante vidas llenas de maltrato y marginación. Ausencia de padres, abusos de todas clases, criados en ambientes donde el punto de drogas y las armas son parte de la vida cotidiana. Violencia como modo común de resolver las diferencias en todos los ambientes que han conocido: caseríos, barriadas, escuelas, centros comerciales, instituciones públicas y privadas.

En medio del meollo, hay quién en el equipo se atemoriza, hay quien se contagia del pánico colectivo y duda sobre qué debemos hacer con éstos, los más “jodones”, esos que ya tocaría botar. Esos que ya se han botado a ellos mismos y están seguros que serán rechazados en todos lados. Me detengo unos minutos a pensar en mi respuesta y sin que me quede na’ por dentro salgo como “bichota” (así me han llamado algunos) a defender mi punto.

Como los disparos de una de esas metralletas que se usan en la calle, disparo todas mis razones y convicciones, derroto todas las excusas, ataco todos los fantasmas y miedos. Dejo saber que nosotros, ni nos rendimos ni nos quitamos, no con ellos, no con esas vidas que ya son nuestras. No con los que Sor Isolina Ferré estableció como la población prioritaria de su misión, quizás, porque hace cuarenta años ella detectó el rumbo que llevaba nuestro pueblo.

Como pueblo hemos parido a estos muchachos y ahora no podemos darles la espalda. Para muchos de nuestros participantes, su familia son sus padrinos del Centro, pues hoy están en una casa y mañana quién sabe. Para otros, la comida que comen es la que reciben a medio día en el Centro. Y para la gran mayoría, la cuota de abrazos y ternura es la que les ofrecemos.

En el país tenemos un cierto sentido de derrota, una sensación de que estamos perdiendo o perdidos. Como país, estamos siendo amenazados por la desesperanza. La manera como nosotros combatimos esa sensación, es haciendo lo que nos toca, duro y con gozo. Quizás no logaremos todo lo que ansiamos, pero lo que plantamos no se pierde. Hoy me lo confirmaba un joven que nos ayudará como líder en una actividad y en mi oficina me decía “por primera vez voy a decir lo que yo he vivido, que es algo que me avergüenza”. Me compartió su historia en la calle. Terminé absorta, una vez más ante lo que estos que apenas empiezan a vivir ya han corrido. Finalizó la conversación hablándome de su espiritualidad y porqué desea ayudar a otros jóvenes aunque sabe que él necesita ayuda.

Yo concluí mi día, dando gracias a Dios por la misa que es mi misión de cada día. Y le pedí para que más buenos boricuas se atrevan a descubrir lo que hay detrás de las máscaras de nuestros muchachos y surjan nuevos espacios como los de las escuelas alternativas. Surjan más mentores, más lugares de restauración, más oportunidades de empleo para derrotar la oferta de trabajo de los puntos, más personas que los miren a los ojos y les sonrían.

Termino con la frase que nos comentó el Dr. Núñez un reconocido siquiatra de Caguas, al observar el nuevo edificio que estamos construyendo para ofrecer un mejor servicio “los programas que bregan con estos jóvenes deben ser considerados santuarios”.

Lourdes M. Ortiz
Enero 2011

lunes, 24 de enero de 2011

Partir en camino

Partir es, ante todo, salir de uno mismo. Romper la coraza del egoísmo que intenta aprisionarnos en nuestro propio "YO".

Partir es dejar de dar vueltas Alrededor de uno mismo, Como si ese fuera El centro del mundo y de la vida.

Partir es no dejarse encerrar en el círculo de los problemas del pequeño mundo al que pertenecemos; cualquiera que sea su importancia, la Humanidad es más grande. Y es a ella a quien debemos servir.

Partir no es devorar kilómetros, atravesar los mares a alcanzar velocidades supersónicas.

Es ante todo abrirse a los otros,descubrirnos, ir a su encuentro. Abrirse a otras ideas, incluso las que se oponen a las nuestras. Es tener el aire de un buen caminante.

(Hélder Cámara)

jueves, 13 de enero de 2011

El cielo es el techo de nuestra casa...

Entrevista realizada por VÍCTOR-M. AMELA a Moussa Ac. Assarid

No sé mi edad: nací en el desierto del Sahara, sin papeles...!Nací en un campamento nómada tuareg entre Tombuctú y Gao, al norte de Mali.He sido pastor de los camellos, cabras, corderos y vacas de mi padre.Hoy estudio Gestión en la Universidad Montpellier.Estoy soltero.

Defiendo a los pastores tuareg. Soy musulmán, sin fanatismo

- ¡Qué turbante tan hermoso...!

- Es una fina tela de algodón: permite tapar la cara en el desierto cuando se levanta arena, y a la vez seguir viendo y respirando a su través.

- Es de un azul bellísimo...

- A los tuareg nos llamaban los hombres azules por esto: la tela destiñe algo y nuestra piel toma tintes azulados...

- ¿Cómo elaboran ese intenso azul añil?

- Con una planta llamada índigo, mezclada con otros pigmentos naturales. El azul, para los tuareg, es el color del mundo.

- ¿Por qué?

- Es el color dominante: el del cielo, el techo de nuestra casa.

- ¿Quiénes son los tuareg?

- Tuareg significa "abandonados", porque somos un viejo pueblo nómada del desierto, solitario, orgulloso: "Señores del Desierto", nos llaman. Nuestra etnia es la amazigh (bereber), y nuestro alfabeto, el tifinagh.

- ¿Cuántos son?

- Unos tres millones, y la mayoría todavía nómadas. Pero la población decrece... "¡Hace falta que un pueblo desaparezca para que sepamos que existía!", denunciaba una vez un sabio; yo lucho por preservar este pueblo.

- ¿A qué se dedican?

- Pastoreamos rebaños de camellos, cabras, corderos, vacas y asnos en un reino de infinito y de silencio...

- ¿De verdad tan silencioso es el desierto?

- Si, estás a solas en aquel silencio, oyes el latido de tu propio corazón. No hay mejor lugar para hallarse a uno mismo.

- ¿Qué recuerdos de su niñez en el desierto conserva con mayor nitidez?

- Me despierto con el sol. Ahí están las cabras de mi padre. Ellas nos dan leche y carne, nosotros las llevamos a donde hay agua y hierba... Así hizo mi bisabuelo, y mi abuelo, y mi padre... Y yo. ¡No había otra cosa en el mundo más que eso, y yo era muy feliz en él!

- ¿Sí? No parece muy estimulante. ..

- Mucho. A los siete años ya te dejan alejarte del campamento, para lo que te enseñan las cosas importantes: a olisquear el aire, escuchar, aguzar la vista, orientarte por el sol y las estrellas... Y a dejarte llevar por el camello, si te pierdes: te llevará a donde hay agua.

- Saber eso es valioso, sin duda...

- Allí todo es simple y profundo. Hay muy pocas cosas, ¡y cada una tiene enorme valor!- Entonces este mundo y aquél son muy diferentes, ¿no?

- Allí, cada pequeña cosa proporciona felicidad. Cada roce es valioso. ¡Sentimos una enorme alegría por el simple hecho de tocarnos, de estar juntos! Allí nadie sueña con llegar a ser, ¡porque cada uno ya es!

- ¿Qué es lo que más le chocó en su primer viaje a Europa?

- Vi correr a la gente por el aeropuerto.. . ¡En el desierto sólo se corre si viene una tormenta de arena! Me asusté, claro...

- Sólo iban a buscar las maletas, ja, ja...

- Sí, era eso.. También vi carteles de chicas desnudas: ¿por qué esa falta de respeto hacia la mujer?, me pregunté.... Después, en el hotel Ibis, vi el primer grifo de mi vida: vi correr el agua... y sentí ganas de llorar.

- Qué abundancia, qué derroche, ¿no?

- ¡Todos los días de mi vida habían consistido en buscar agua! Cuando veo las fuentes de adorno aquí y allá, aún sigo sintiendo dentro un dolor tan inmenso...

- ¿Tanto como eso?

- Sí. A principios de los 90 hubo una gran sequía, murieron los animales, caímos enfermos... Yo tendría unos doce años, y mi madre murió... ¡Ella lo era todo para mí! Me contaba historias y me enseñó a contarlas bien. Me enseñó a ser yo mismo.

- ¿Qué pasó con su familia?-

Convencí a mi padre de que me dejase ir a la escuela. Casi cada día yo caminaba quince kilómetros. Hasta que el maestro me dejó una cama para dormir, y una señora me daba de comer al pasar ante su casa... Entendí: mi madre estaba ayudándome...

- ¿De dónde salió esa pasión por la escuela?

- De que un par de años antes había pasado por el campamento el rally París-Dakar, y a una periodista se le cayó un libro de la mochila. Lo recogí y se lo di. Me lo regaló y me habló de aquel libro: El Principito. Y yo me prometí que un día sería capaz de leerlo...

- Y lo logró.

- Sí. Y así fue como logré una beca para estudiar en Francia.

- ¡Un tuareg en la universidad. ..!

- Ah, lo que más añoro aquí es la leche de camella... Y el fuego de leña. Y caminar descalzo sobre la arena cálida. Y las estrellas: allí las miramos cada noche, y cada estrella es distinta de otra, como es distinta cada cabra... Aquí, por la noche, miráis la tele.

- Sí... ¿Qué es lo que peor le parece de aquí?

- Tenéis de todo, pero no os basta. Os quejáis. ¡En Francia se pasan la vida quejándose! Os encadenáis de por vida a un banco, y hay ansia de poseer, frenesí, prisa... En el desierto no hay atascos, ¿y sabe por qué? ¡Porque allí nadie quiere adelantar a nadie!

- Reláteme un momento de felicidad intensa en su lejano desierto.

- Es cada día, dos horas antes de la puesta del sol: baja el calor, y el frío no ha llegado, y hombres y animales regresan lentamente al campamento y sus perfiles se recortan en un cielo rosa, azul, rojo, amarillo, verde...

- Fascinante, desde luego...

- Es un momento mágico... Entramos todos en la tienda y hervimos té. Sentados, en silencio, escuchamos el hervor... La calma nos invade a todos: los latidos del corazón se acompasan al pot-pot del hervor...

- Qué paz...

- Aquí tenéis reloj, allá tenemos tiempo.

sábado, 8 de enero de 2011

Sobre guardar silencio y hablar




Extractos del libro “Ni lobo ni perro. Por senderos olvidados con un anciano indio” de Kent Nerburn.

Nosotros los indios sabemos del silencio. No le tenemos miedo. De hecho, para nosotros es más poderoso que las palabras.

Nuestros ancianos fueron educados en las maneras del silencio, y ellos nos transmitieron ese conocimiento a nosotros. Observa, escucha, y luego actúa, nos decían. Ésa es la manera de vivir.

Observa a los animales para ver cómo cuidan a sus crías. Observa a los ancianos para ver cómo se comportan. Observa al hombre blanco para ver qué quiere. Siempre observa primero, con corazón y mente quietos, y entonces aprenderás. Cuando hayas observado lo suficiente, entonces podrás actuar.

Con ustedes es lo contrario. Ustedes aprenden hablando. Premian a los niños que hablan más en la escuela. En sus fiestas todos tratan de hablar. En el trabajo siempre están teniendo reuniones en las que todos interrumpen a todos, y todos hablan cinco, diez o cien veces. Y le llaman “resolver un problema”. Cuando están en una habitación y hay silencio, se ponen nerviosos. Tienen que llenar el espacio con sonidos. Así que hablan impulsivamente, incluso antes de saber lo que van a decir.

A la gente blanca le gusta discutir. Ni siquiera permiten que el otro termine una frase. Siempre interrumpen. Para los indios esto es muy irrespetuoso e incluso muy estúpido. Si tú comienzas a hablar, yo no voy a interrumpirte. Te escucharé. Quizás deje de escucharte si no me gusta lo que estás diciendo. Pero no voy a interrumpirte. Cuando termines, tomaré mi decisión sobre lo que dijiste, pero no te diré si no estoy de acuerdo, a menos que sea importante. De lo contrario, simplemente me quedaré callado y me alejaré. Me has dicho lo que necesito saber. No hay nada más que decir. Pero eso no es suficiente para la mayoría de la gente blanca.

La gente debería pensar en sus palabras como si fuesen semillas. Deberían plantarlas, y luego permitirles crecer en silencio. Nuestros ancianos nos enseñaron que la tierra siempre nos está hablando, pero que debemos guardar silencio para escucharla.

Existen muchas voces además de las nuestras. Muchas voces

jueves, 6 de enero de 2011

Epifanía 2011

Por alguna razón que creo tiene que ver con vivir en occidente o quizás por las heridas afectivas, algunos puertorriqueños, entre ellos yo, solemos andar con tristezas por las cosas que no se logran. Por las situaciones dolorosas del país y del mundo. Por la economía, la política, la religión etc. Por los amigos que se van o aquellos que ni siquiera les interesa ser amigos. Por…

Estamos celebrando el día de Reyes, habrá los que ya quitaron el árbol y las decoraciones. Habrá los que ya se estén lamentando de que se acaba el receso de navidad. Los que continúen quejándose de las cuentas que no cuadran. Los niños con caras de fo ante la saturación de juguetes y la falta de juegos.

Por mi parte yo combato la tentación de quejarme por los que se quejan, de fijar mi mirada en las desgracias con las que comenzó el año en Puerto Rico y otros países hermanos. Me ha pegado duro la trágica fiesta de la familia en el pueblo de la Florida donde ya van cuatro muertos, la muerte de un joven de 23 años en Guatemala consagrado al servicio de los necesitados, el secuestro de otro joven mexicano en la frontera con E.U. Los niños de los bateyes de haitianos que hoy no recibirán juguetes ni comida.

Combato la tentación de empezar el año con la mirada en cosas que me alejan de mi vida de resucitada desde aquella playa de Guatemala y la resurrección que me ha ofrecido esta navidad que ha sido verdaderamente nueva.

Fijando mi mirada en una hermosa postal de Reyes. El primer regalo de Reyes que recibí en mi correo esta mañana. Proviene de un sabio amigo que tradicionalmente envía sus felicitaciones navideñas en el día de Reyes. Una hermosa serigrafía hecha por su hermana artesana con una décima a los Reyes escrita por él. Con gran asertividad este amigo me recuerda “que en la verdad siempre existe la alegría” Y como un cohete disparado hacia la luna, en un instante todos mis pensamientos se vuelcan hacia el camino de los Magos al pesebre y toda la grandeza de este acontecimiento que hoy nos une a millones de creyentes.

Epifanía que no es otra cosa que manifestación de Dios al mundo. Unión de culturas, encuentro de Reyes y Pastores frente al pesebre donde reina el amor. Esperanza de libertad para todas las cautividades. Confianza de que seremos guiados y que en las pequeñas gestas veremos la luz de la nueva vida que se sigue floreciendo en medio del mal.

Hoy mis amigos mexicanos comen su tradicional rosca, nunca la he probado pero saboreando mi arroz con dulce me saboreo también la rosca con la esperanza de encontrar al niño escondido entre la harina. También se alegra mi corazón al recordar el mensaje de un hermano español que ayer me ofreció su sermón de Reyes donde con la certeza de una vida al lado de campesinos e indígenas me recordaba que la salvación de nuestra mente y espíritu está en lo pequeño en lo sencillo. En el espíritu de acogida, de entrega y celebración que viven los que nada poseen.

Agradezco por cada persona que me acompañó y pude acompañar en este pasado año. Los nuevos amigos que llegaron, en especial aquellos de tierras lejanas. Por cada sueño realizado, de los que pedí para mí y los que soñé para otros. Agradezco por tanto y todo lo que me hizo más mujer, más humana a lo largo del pasado año.

Con la alegría que encierran las verdades y luchas en las que creo, celebro este día de Reyes y el comienzo de un nuevo año de trabajo por la justicia y la paz. Como los Reyes luego de visitar el pesebre me propongo tomar nuevas rutas que me mantengan el espíritu conectado a la alegría de los que sabemos que la civilización del amor ya es una realidad.

miércoles, 5 de enero de 2011

Violencia contra los migrantes de Centro America

VIOLENCIA CONTRA LOS EMIGRANTES El sur de México es una trampa mortal para los pobres que van hacia EE.UU

Navidad en la frontera de la impunidadLa Vanguardia, , 2010-12-27
ELISABET SABARTÉS – Ixtepec (Oaxaca). Servicio especial

SOLO ANTE EL PELIGRO “Nunca había estado tan cerca de la muerte”, admite el padre Solalinde.

Recemos para que Los Zetas, los maras y los policías corruptos dejen de verles a ustedes como una mercancía”, dice el padre Solalinde a los pocos emigrantes que escuchan su sermón de misa del Gallo en Ixtepec. “Pidámosle a Jesús –continúa- que las corporaciones policiales, el Instituto Nacional de Migración y los altos funcionarios ya no actúen en el pecado o la omisión ante operativos de secuestro de emigrantes como el que se organizó desde aquí y dejó a 40 o 50 hermanos en la oscuridad”.

Ixtepec es una pequeña ciudad sin ley, de apenas 23.000 habitantes, que condensa la dimensión más cruel y aterradora de la impunidad en México. Feudo del crimen organizado, nudo de mafias que se buscan y se encuentran donde el Estado y sus instituciones se cortocircuitan. En este lugar, a poco más de 300 kilómetros de la frontera con Guatemala, también se cruzan los caminos de los emigrantes irregulares que llegan por miles desde América Central y del Sur en su tránsito hacia Estados Unidos. Los emigrantes viajan en el tren de carga que cruza México en dirección norte.

Esta Nochebuena son poco más de cincuenta los que bajo la uralita de la capilla sin muros escuchan los dardos del sermón del padre Alejandro Solalinde, fundador del refugio que les da techo, ropa, comida, atención médica y, sobre todo, un espacio a salvo de las bandas que amenazan su vida sin tregua. La concurrencia es rala porque hay miedo. Más que de costumbre. En la puerta del albergue, seis policías municipales armados con fusiles de asalto están de guardia desde hace ocho días, cuando Solalinde denunció el secuestro de varias decenas de centroamericanos que viajaban, como de costumbre, en el techo de La Bestia,el tren de carga en el que cruzan de sura norte el territorio mexicano y que a su paso por Ixtepec hace cimbrar las pobres construcciones de ladrillo gris del albergue.

Según el testimonio de los pocos hombres que lograron escapar, unos quince sujetos enmascarados, con machetes y armas de fuego, detuvieron la locomotora y se llevaron al grupo de indocumentados que hasta el momento siguen en paradero desconocido. La denuncia del sacerdote, que se precia de contar con una red de informantes “tan buena como la de los delincuentes”, disparó todas las alarmas y puso en guardia a los gobiernos de El Salvador, Honduras y Guatemala, que en un inédito comunicado conjunto de protesta pidieron el esclarecimiento inmediato del caso: sólo habían pasado cuatro meses desde el hallazgo en el estado de Tamaulipas de una fosa con los cadáveres de 72 ciudadanos de Centro y Sudamérica capturados en otra acción criminal.

Nada inusual fue, sin embargo, la reacción a la defensiva de las autoridades mexicanas, que primero negaron tener evidencias del hecho y luego admitieron estar investigándolo.Tampoco fue nueva la carga de amenazas contra Solalinde, a quien el Gobierno ha dejado prácticamente solo. “Es cierto que nunca había estado tan cerca de la muerte como ahora, pero la intimidación no es nueva. Han intentado lincharme, quemar el refugio; me han dicho que me iban a meter una bala en la frente, que me iban a mandar al hospital. Ellos están acostumbrados a paralizar a la gente con el miedo, pero yo no tengo miedo”, asegura este capellán de 65 años y casi tres décadas de trabajo pastoral en el estado de Oaxaca, que ha asumido el peso de la denuncia de una trama negra en la que actúan conjuntamente el cártel de Los Zetas, las maras (pandillas asesinas) de Centroamérica y las corporaciones policiales locales.

Los que sí están aterrados son Fidel, de 23 años, su mujer, Sandy, de 18, embarazada de tres meses, y su hijito Marcos, de dos años, que está recuperándose de un cuadro severo de deshidratación. Llegaron de Guatemala, “huyendo de la miseria, la extorsión y la violencia de Los Zetas y aquí nos encontramos con que matan y secuestran. No sé qué vamos a hacer”, dice él con la voz quebrada. Los demás escuchan en silencio. La tensión no cede ni con las últimas palabras de la homilía: “Ni Obama ni Salma Hayek están generando tanta atención en los medios como ustedes los emigrantes”, dice Solalinde, que pide de nuevo a la concurrencia sentada en las sillas de plástico donación de la Acnur (la agencia de la ONU para los refugiados) “salvar el miedo y denunciar; porque explicar los hechos representa, igual que Jesús, la luz”.

“Campana sobre campaaana y sobre campana uuna…”, canta la parroquia, pese a que Belén queda tan lejos como el sueño americano para estos hombres, mujeres y niños que se dan la paz, tratando de no pensar en lo larga y peligrosa que puede ser la noche. “Desde hace cinco años, cuando abrimos el albergue, nunca tuvimos una Navidad normal. Las hemos pasado todas dando de comer a los emigrantes en las vías o en el ministerio público poniendo denuncias contra policías que se dedican a extorsionarles”, explica Armando Vilchis, empresario que colabora con Solalinde desde hace más de una década.Los petardos no dejan de estallar en las casas vecinas, pero aquí recuerdan demasiado al sonido de las balas. La música tropical arranca en un altavoz cercano y Celia Cruz aconseja desde el más allá: “No hay que llorar, que la vida es un carnaval…”. En el comedor aparecen los pasteles, el vino y los refrescos. Los niños emigrantes tratan de romper a garrotazos las piñatas de colores rellenas de dulces y sorpresas.

Al final, es William, un salvadoreño que perdió dos dedos de la mano en las vías, quien reparte suerte. “Dale, dale, dale, no pierdas el tino…”; cantan las mujeres. Y justo cuando la angustia afloja, la triste realidad aparece vestida de uniforme azul o de paisano con esposas colgadas al cinto. Los temidos policías judiciales y agentes municipales aparecen en el albergue, pasada la medianoche, buscando a un salvadoreño acusado de asesinato. Tras peinar el lugar, desaparecen.“Todo el mundo a dormir y que esta noche nadie salga a la calle”, ordena el padre Solalinde, con una sonrisa. “Esta vez sí hemos tenido una buena Navidad”.

5 Enero 2011 Publicado en: Estad despiertos

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Bienvenido (a) este espacio de compartir aquello que me dice el amor luego de veinte años de convivir con el dolor y las luchas de mujeres y hombres en Puerto Rico y más allá de nuestras fronteras. Quienes con sus vidas me han ofrecido profundas lecciones sobre lo que es la vida y las razones para seguir apostando al amor como única respuesta...