miércoles, 24 de junio de 2009

El aliento que da aliento

El pasado lunes llegué al Centro con mis ilusiones renovadas, luego de unos días de revisión y renovación de la esperanza en este camino de construir plenitudes en el que transito cada día. Al bajarme del vehículo, había un chico de los que está participando en el campamento de verano, sentado solo frente a la entrada del Centro, con su mirada triste, con tenis sin medias y una bolsa de papitas en sus manos.

Lo saludé con esa alegría usual que me brota cuando me encuentro con nuestros participantes y le pregunté qué hizo el día anterior. Con la mirada triste en su rostro me dijo: “ayer eran los padres”. Yo temí seguir preguntando, intuyendo alguna respuesta de esas que me sacan lágrimas del alma. Le pregunté si lo pasó con su papá y me dijo que él no estaba, al preguntarle dónde estaba me miró fijamente a los ojos y me contestó: “ está en el cielo”, y me comentó que el domingo fueron a llevarle flores. Al preguntarle cuándo se fue al cielo, me indicó que desde octubre pasado y que lo habían matado. No dejaba de mirarme a los ojos, como buscando en mi mirada a este papá que ya no estaba con él.

Sólo pude acercarme, abrazarlo y dejarle saber que me alegraba mucho que estuviera con nosotros durante el verano. Con rapidez me brotaron todos los pensamientos de esta rebeldía que he desarrollado ante las injusticias. Me encontré llorando interiormente, mientras seguía repartiendo abrazos a todos los niños y compañeros del Centro, al igual que cada lunes cuando nos recibimos como si no nos hubiésemos visto en semanas. Me encontré pensando en esa historia de vida apenas en inicio, no más de 10 años, que ya ha tocado de cerca el dolor y la furia de la calle. Que ya sufre por las garras de la violencia, cuando sólo debería estar jugando y riendo. Me embargó el coraje de no aceptar esa realidad con la que subsistimos y con la cual me niego a negociar la pérdida de más vidas.

Participé de la oración de la mañana, mientras observaba al chico y veía su rostro atento a lo que allí se decía. Observé de nuevo su mirada y vi algo más que no logré descifrar, pero que me resonó a una especie de gratitud ante este espacio que le provee el Centro para pasar sus días de verano. Lo observé sonriendo cuando la líder comenzaba la oración pidiendo que se abrazaran para comenzar el día con alegría. Lo observé acercándose con gran respeto a la coordinadora para conversar con ella sobre algo que le inquietaba. Lo abracé de nuevo y le reconocí por el gran chico que era, correspondió mi abrazo con gran ternura, me miró y agradeció con una ingenuidad que me permitió ver cuánto amor anida en ese corazón de niño con vivencias de viejo. Luego supe que ha participado con gran entusiasmo de todas las actividades del campamento.

Y agradecí por este espacio temporal, que ese buen Dios un día creó a través de Sister Isolina. Un espacio donde cada cual es acogido y valorado con su historia y donde apostamos con todas nuestras fuerzas a esa realización que todo hijo (a) de Dios está llamado a alcanzar. Agradecí por todas las manos que durante el verano han puesto su corazón junto al de los cerca de 225 participantes de todas las edades que han estado participando del Centro. Por todos los amigos (as) y colaboradores que nos ayudan a continuar. Pero sobre todo agradecí por todos (as) nuestros (as) participantes que no paran de darme lecciones y contagiarme de las fuerzas para seguir. Esas fuerzas que han aprendido a desarrollar en medio de los senderos vividos y que regalan aliento de vida a los que debemos dar aliento…

Lourdes M. Ortiz
Junio 2009

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Puerto Rico
Bienvenido (a) este espacio de compartir aquello que me dice el amor luego de veinte años de convivir con el dolor y las luchas de mujeres y hombres en Puerto Rico y más allá de nuestras fronteras. Quienes con sus vidas me han ofrecido profundas lecciones sobre lo que es la vida y las razones para seguir apostando al amor como única respuesta...