Qué hago con estos silencios que
no se quieren callar, qué hago con este grito mudo que me ahoga cuando no lo
dejo salir. Con estas ganas de decir lo que al espacio entre palabra y palabra
le toca versar.
Creo que he ido avanzando en mi
propósito de acallar mis exigencias, de silenciar mi voz, de aprender el
lenguaje del silencio, de entender otras formas de expresión, de dejar que
sencillamente puedan haber renacimientos libres. Creo que he logrado poner el punto al
pensamiento antes que vuelva letra, y creo que aunque sea en algo he alcanzado
a respetar la distancia silente que habla cada día.
Pero no, en verdad no, en verdad
mi voz, mi mente, mi alma, mis palabras se siguen rebelando contra mi
deseo. Cuando menos lo espero se vuelven lágrimas, sudor, flujo sanguíneo
que invade mi profundidad y se vuelve búsqueda. Porqué eligen mundos distantes y vedados para querer llegar,
todavía es algo que no comprendo.
Hay días en que las palabras se
vuelven feroces contra mi propio ser, se me traban entre lo posible y lo
imposible. Se confunden con esta errática pasión que es fuente de bien y
también de profunda angustia. El mundo,
mi mundo, ese que está al otro lado, que vive del lado opuesto al que se ve.
Esa parte de mí que quisiera no tener, para poder ser “normal”. Para ser lo que
quiero y no quiero ser.
Y en este tiempo de palabras que
no se quieren silenciar, les permito salir, les reconozco su presencia, las
abrazo y las dejo volar lejos, muy lejos. Creo que al final, al final, ese
final que espero, ya me dejarán en paz
pues encontrarán su lugar. Mientras llega ese tiempo que llamo la promesa, sigo
existiendo entre el silencio que habla y las palabras que no se quieren callar.
Y sigo aprendiendo nuevos lenguajes del amor, sigo queriendo lo que recibo, lo
que no recibo. Lo que es y aún no puedo
comprender.
Luego de acompañarme, me regreso
al mundo de lo posible, me acallo y celebro la dicha de saberme completamente
amada entre el silencio y las palabras.