sábado, 4 de octubre de 2014

Volver a empezar cuantas veces sea necesario.

Hemos cometido errores, todos los hemos cometido, quien esté libre de pecado que lance la primera piedra. Pero que doloroso es darse cuenta de que se metió la pata hasta el ñu. Que se tomó la decisión incorrecta y nos topamos de frente con las consecuencias. Cuántos errores cometemos los humanos en materia de relaciones personales y familiares, en asuntos del trabajo, la salud, en la vida en general. Cuán doloroso es saberse limitado, descubrir que no se tienen todas las respuestas para afrontar cada evento de la vida de manera airosa. A veces no es fácil  el poder reconocer cuando estamos ante alguien en quien no debemos confiar. O cuando estamos frente a un evento en el que no logramos ver las trampas y caemos.


Mi vida ha estado llena de muchos errores, por mis heridas, por mi carácter, por mis manías he dado bastantes traspiés en los que he salido lastimada y he pisado algunos callos. He ido trabajándome para que las caídas no me derroten por mucho tiempo y los fracasos no nublen la verdad sobre mí.

Pero como diría Nelson Mandela la mayor gloria no es caer, sino saber levantarse y en eso estriba la sabiduría humana, eso que hoy  llaman inteligencia emocional y  resiliencia. Ese arte para saber afrontar los eventos de la vida, los que sean sin que estos se conviertan en muros que nos limiten al caminar, ni cocodrilos que nos devoren en sus aguas. Poder caernos y levantarnos es una cualidad que todo ser humano posee, así fuimos creados. Pero las circunstancias de la vida, la manera como se formó nuestra autoestima, nuestra emociones muchas veces no nos permite usar esas herramientas que posemos.

Lo primero que toca hacer cuando se comete un error es reconocerlo y aceptarnos con nuestra humanidad. En vez de juzgarnos, latigarnos, maltratarnos debemos vernos como seres humanos vulnerables que cometen errores y pueden enmendar su camino. La culpa mal sana que viene desde tiempos de la infancia nos ha llevado a dos extremos, el volvernos indiferentes antes nuestros errores o el recriminarnos excesivamente. La culpa mal sana es enemiga del proceso de revisión y crecimiento que nos presenta cada evento errado de la vida. Hay que sanar la culpa, la malsana esa que es irracional y nos pone en un paredón cada vez que nos equivocamos. La otra culpa, la sana, nos ayuda a evaluarnos y enmendar el camino.

He descubierto que nuestra consciencia si la escuchamos, si la formamos,  nos permite discernir sobre todo aquello que nos da vida y lo que nos quita la vida.  Pero hay que dedicar tiempo a crecer en criterios de bien y verdad. Hay que sanar y cambiar conductas dañinas que seguimos practicando y nos conducen a caminos sin salida.

Una vez se comete la falta, el error, se lastima a alguien, hay que darse la oportunidad de caerse y aprender de la caída. Cada evento por más doloroso y escabroso que haya sido nos brinda una oportunidad de reinventarnos y asumir un nuevo rumbo de cambio, de crecimiento. De aprender a perdonarnos y pedir perdón si lastímanos a otros.  Aprender a diferenciar la paja del trigo, la semilla mala de la buena y poder mantener la confianza en uno, en los otros y volver a empezar cuantas veces sea necesario.

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Bienvenido (a) este espacio de compartir aquello que me dice el amor luego de veinte años de convivir con el dolor y las luchas de mujeres y hombres en Puerto Rico y más allá de nuestras fronteras. Quienes con sus vidas me han ofrecido profundas lecciones sobre lo que es la vida y las razones para seguir apostando al amor como única respuesta...