sábado, 25 de octubre de 2008

No temas, sólo sigue teniendo fe

No resulta fácil iniciar una reflexión sobre lo que nos ha regalado la experiencia de compartir la navidad con nuestros hermanos de la Esperanza en Santo Domingo. Una experiencia sencilla de compartir la vida en medio de la vida del otro. Pero una experiencia intensa en la confrontación con nuestra insistencia de mantener unos esquemas de vida que nos oprimen a nosotros y nuestros hermanos. Los esquemas individualistas y materialistas que dictan la pauta de cómo vivir las relaciones, el trabajo, la navidad y el amor.

De primera, surge la reafirmación de que es necesaria la dimensión misionera. De que es indispensable para poder vivir nuestro llamado en Puerto Rico. Se nos mostró que nuestra principal pobreza lo está siendo el empobrecimiento de nuestra experiencia de relaciones y la falta de valor hacia la vida en todas sus manifestaciones. El ansia de defendernos y escondernos de los otros y defender nuestros “espacios”.

Pudimos compartir de manera fraternal dentro de la sencillez que viven los que aún pueden valorar la vida, pues no están entretenidos acumulando de cuanta pendejá material y emocional aparezca. El shock siempre es inevitable, aunque no sea la primera vez que vayamos, pues nuestro esquema materialista de la vida choca con esta realidad donde todo escasea.

Pude pasearme entre los pasos del Señor que habita en el rostro de estos hermanos (as) que mientras menos tienen más te dan. En cada casa visitada, lo primero era sacar sillas para sentarnos a conversar, enviar a buscar refrescos a donde fuera para servir (no para ofrecer) a la visita, hasta ofrecernos aposento en sus viviendas para que nos quedáramos con ellos el tiempo que quisiéramos. Yo en mi mente, contando los habitantes de la casita y pensando donde nos meterían, pues los que contaba casi no cabían. Dichosa manía de controlar, calcular y limitar las posibilidades del amor. Lugares donde no había agua hace días por la tormenta y reciben la luz de los pobres que es la que ni siquiera cuenta con el “inversor” que permite a algunos más ratos de electricidad. Ciertamente cada visita era una fiesta, cada saludo, cada abrazo, cada mirada, cada sonrisa era una celebración. Aún el compartir el dolor, las luchas de la pobreza no tenía ni el mínimo matiz de la quejadera en la que seguimos viviendo quienes nos creemos que el mundo debe girar alrededor de nosotros.

La vista a las lomas fue muy hermosa, unas montañas como a dos horas, subiendo por unas cuestas escabrosas por donde viven cientos de campesinos. Al llegar a lo alto casi al cielo, donde las nubes quedaban abajo y nosotros arriba, nos recibieron aquellos que hasta los frutos perdieron por las tormentas, pero no así el espíritu de acogida y servicio. Allí me comí las chinas mandarinas mas grandes y jugosas que he visto y un rico almuerzo cocinado al fogón pues no había ni luz ni gas. La naturaleza por más lastimada ante el embate de la tormenta, nos recibió con su verdor y majestuosidad. Si alguien duda de la existencia de Dios, basta subir allí y contemplar el paisaje virgen (casi virgen) que nos regala cielo, montañas, valles y mar de un tirón.

Cada día vivido, cada actividad realizada encerraba un misterio que chocaba con nuestros esquemas. En todas las casas visitadas, aunque hubiese enfermos, desempleados y problemas, nos recibían con gozo. Tuvimos la oportunidad de inaugurar un nuevo salón que la gente del barrio quería que se convirtiera en salón para el catecismo y el lugar para celebrar misas. Era una gran estructura que alguien había prestado a la iglesia, y digo grande pues en medio de aquella realidad, encontrar un salón de bloques era significativo. Nos recibieron cerca de treinta niños sentados tranquilamente y bien vestidos como para una fiesta. Allí jugamos, hicimos dramas, conversamos sobre las situaciones que afectan a las familias y les repartimos unos bastones que se disfrutaron como si fuera caviar.

El compartir con la comunidad haitiana nos exprimió el alma. Las moscas, los niños descalzos, las casas con paredes de latas de galletas, la miseria, la falta de oportunidades, la tristeza y el dolor reflejados en el rostro de la opresión y la injusticia. Experimenté mucha impotencia, sobre todo ante los niños (as) que caminaban con nosotros descalzos entre el lodo, quien sabe si más negros por su piel, por el sol o por el fango. Su lengua, el creole, que les daba sentido de territorio y el que sólo dejaban de hablar entre ellos cuando lográbamos algo de cercanía. Sin embargo, allí vi el primer milagro de la experiencia. Unos pozos que nacen de la tierra y les proveen de agua continua, cuando en toda la región no había agua hace días.

Me costó ver el signo de vida en medio de esa realidad, pero en nuestra segunda visita, los vimos tanto a los adultos como a los niños jugando y riendo sólo ante el hecho de compartir un almuerzo en comunidad. Nos compartían algunas de sus situaciones pero no a modo de queja. Un joven que tenía unas fuertes marcas en el cuello, me compartió que las obtuvo cuando el motor, medio principal de transporte, en el que viajaba con otra persona, se estrelló contra unos alambres y él cayó encima de los alambres. Me preguntó si yo sabía de algún remedio para esas marcas. Cuando le di mi respuesta, me miró con resignación y siguió con la tarea que estaba realizando.

La frontera, que fue lo que nos llevó hasta allá, fue algo difícil de procesar, algo que descalabra el alma. Casi nos aplastan en la avalancha de gente cruzando de un lado a otro cargando desde cajas de huevos, paquetes gigantes de papel de baño, comida y todo lo que uno se pueda imaginar. Cientos de toldos que parecen lugares donde no sólo venden, sino que habitan. Allí renové mi espíritu de lucha contra la opresión y he pedido que mi conciencia se haga tan grande que no me permita seguir pecando contra mis hermanos, los de allá y los de acá. Allí vi a Jesús bañándose en el río Jimani (donde la historia cuenta de una matanza inmensa de haitianos), con las mujeres y niños sin ropa y le pedí que me desnude cada día de tanto absurdo que aun cargo por dentro y por fuera. Que me permita alcanzar la mirada inocente que vi en éstos, que aunque griten y vivan literalmente en medio del caos, pueden mirar a los ojos con mirada transparente.

En medio de todo esto, nosotros fuimos tratados como reyes por las hermanas del Buen Pastor. Otras que viven de lo que les llega, pero que se desvivieron por hacernos sentir en casa y compartir abiertamente sus vidas, oraciones, trabajos y preocupaciones por el pueblo que sirven. Sin mucha estructura, ni planificación, ni control, solo con el deseo de acogernos y de hacer vida su llamado. A las hermanas, los padres y los amigos que nos recibieron siempre les estaremos agradecidos. También a las hermanas de los Ángeles Custodios con quienes celebramos la noche buena y como siempre nos ayudaron a encontarnos con el amor del niño Dios. Siempre he sabido que la experiencia de misión más que un dar es un recibir y así ha sido. Un pueblo que sufre, que ha perdido valores en medio de la lucha por la supervivencia que asfixia el mundo. Un pueblo que en medio de la injusticia ofrece lecciones sobre lo que es la solidaridad, la donación de lo que tengan, mucho o poco, la alegría del encuentro con el otro y la permanencia de la fe y la esperanza.

Una gente que ve el proceso de muerte desde otra referencia muy diferente a la nuestra, pues ni siquiera tienen funerarias para embalsamar y esto les hace tener que enterrar el mismo día que se mueren y seguir pa’ lante pues hay que seguir buscando el pan de cada día. De muertos reflexioné bastante lo que me sirvió de guía para el momento que estamos pasando con la partida de Joaquín.

Como matrimonio la experiencia fue muy enriquecedora, pues nos permitió revisar nuestras opciones y revalorizar la riqueza de nuestro amor y amistad.

Agradezco a todos (as) los que se hicieron parte de esta experiencia con sus oraciones y “ubuntus”, todos los que se quedaron pendientes, me ofrecieron consejos y nos recibieron con alegría y deseos de compartir lo que vivimos durante nuestra navidad que fue otra…

Deseo para todos (as) que podamos seguir trabajando en este año para que el amor que se hizo vida una navidad continúe renaciendo cada día entre nosotros. Gracias todos los que en el pasado año no dejaron de soñar y sembrar. Los que me regalaron su esperanza y me mostraron que todavía es posible otro mundo.
Enero 2008

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Puerto Rico
Bienvenido (a) este espacio de compartir aquello que me dice el amor luego de veinte años de convivir con el dolor y las luchas de mujeres y hombres en Puerto Rico y más allá de nuestras fronteras. Quienes con sus vidas me han ofrecido profundas lecciones sobre lo que es la vida y las razones para seguir apostando al amor como única respuesta...