sábado, 25 de octubre de 2008

Gracias Carlos

No debe ser, no es tiempo. Eres pilar, eres aliento, eres coraje para seguir las luchas. Eres amigo que no olvida, que se hace presente en cualquier momento, que celebra, que se alegra, que da.

Carlos, hoy me dicen que te mudaste. Y te veo sonriente, y te veo en la trascendencia. No logro pensar que ya no estarás entre nosotros. Corrigiéndonos, confrontándonos, animándonos, recordándonos que una vez se comienza no hay marcha atrás.

Y viajo en el tiempo. No sé, diez, quince años atrás. En aquellos inicios del Hogar Nueva Mujer dónde te conocimos. Cuando las cuatro Cagüeñas llegamos a Cayey con un sueño, y los “envolvimos en una trampa” como nos decías. Los envolvimos en una locura de la cual te enamoraste, y diste lo mejor de ti: la lucha contra la violencia hacia la mujer.

Te recuerdo en una de esas reuniones dónde íbamos a compartir nuestras ilusiones de crear un lugar de paz para la mujer, de crear un espacio para liberar de las cadenas, a tono con el carisma Mercedario. Allí estabas tú, mirando, analizando. Hasta que un día te pusiste en pie y preguntaste quiénes serían los miembros de la Junta. Al principio pensabas que estábamos locas, y creo que después lo seguiste pensando. Pero te convenciste de que Dios estaba en medio de aquella locura. Una vez te convenciste, no paraste de trabajar hasta hoy. Tú, varón, corajudo, radical, pero convencido de que el maltrato había que erradicarlo no importara dónde habitase. Ese del que todos llevamos un poco por dentro y ése que va destruyendo la vida de nuestras familias.

Recuerdo mis visitas al Banco, semana tras semana, para hablar contigo sobre las cuentas, las actividades, los líos, los niños y las mujeres del Hogar. Y recuerdo cómo siempre me recibías, tú, el gerente, tan ocupado. Me recibías no importaba lo que estuvieses haciendo. Me orientabas y, con esa excitación que te caracterizaba, corregías nuestros “ inventos” de juventud y ayudabas a encauzar las acciones. Recuerdo las conversaciones profundas, los planteamientos serios sobre diversos temas de la Institución y otros. Recuerdo tus peleas y protestas cuando las cosas no se hacían como debían. Y agradezco porque me ayudaste a madurar. Fuiste de esos maestros por los que agradezco a la vida, porque me ayudaste a dar el paso de que los sueños se volviesen convicciones. Porque con tu ejemplo me enseñaste a no claudicar cuando todo parecía venirse abajo (eso aún no logro asumirlo del todo).

Y te quedaste en el Hogar Nueva Mujer, como defensor fiel de la causa. Muchos (as) tuvimos que marchar. Pero tú no. Tú te volviste custodio, te volviste ángel. Y el Hogar siguió creciendo. Y aprendiste de propuestas, de tribunales, de feminismo, y seguiste hasta hoy.

También recuerdo tus visitas a la misión dónde me ha tocado continuar dando frutos. Cuando menos me lo esperaba llegabas por allí con tu sonrisa y tus bromas a saludarme, a darme un abrazo, a ver cómo me iba, a apoyarme y dejarme saber de tu familia, tus muchachos de quienes estabas tan orgulloso, los viajes con Vi, los negocios, la llegada de los nietos. Siempre quedábamos en volver a vernos y eras tú el que volvías. Creo que aprendiste bien la lección de Jesús sobre el amor que se da y sobre la amistad que permanece.

Hoy no entiendo tu partida, prematura en mi tiempo. En el tiempo de Dios, no hay tiempos. Sólo hay que estar listos para cuando se nos invite a la plenitud. Y siento que tú estás listo.

Una vez más me detiene la vida para hablarme, a través de tu partida, sobre esas cosas que no se pueden olvidar por más “ajoros” o agendas que tengamos. Y retomo la realidad de que cada día es el último, pues no sabemos hasta cuándo o hasta dónde nos toque por este lado. Y retomo que cada relación que valoramos hay que cuidarla y atenderla, como tú lo hacías. Que la amistad puede ser permanente no importa dónde estemos, si estamos en apertura y teniendo al amigo en el corazón. Haciéndonos presente, venciendo las barreras y las distancias. Que la vida hay que vivirla en misión, en entrega, en donación para que tenga sentido. Lo demás desaparece según llega y nos deja vacíos. Que hay que seguir aunque tengamos fallas, que a través de nuestras fallas Dios va haciendo las obras.

Quiero agradecerte a nombre de todas las mujeres y niños que de alguna manera, por tus acciones, encontraron un nuevo rumbo de mayor libertad. Quiero agradecerte el que, aún en lucha con tus corajes, abriste camino para que otros (as) pudiésemos pasar. Porque no te rendiste e hiciste de nuestro sueño, tu sueño; de nuestra causa, tu causa. Y por los momentos en que me escuchaste, que me entendiste y apoyaste en medio de mis procesos por crecer cristiana y humanamente. Me ayudaste a hacerme fuerte para poder cumplir mi llamado, primero en el Hogar y luego en el Centro. Y aunque me fui del Hogar, tú no te fuiste de mi vida. Como hermano en Cristo, estuviste allí para mí, siempre que te necesité.

Que bueno ha sido conocerte. Eres de esos que uno no imagina fuera del escenario terrenal. De esos que dejan huellas y animan a seguir. Eres de esos que son roble, siempre en pie para cobijar, que soporta con valentía , que extiende sus ramas para dar sombra. De esos que no son fáciles de tumbar en medio de los huracanes. De esos que florecen y dan vida, aún en medio de las sequías. De esos que escuchan historias y las guardan como tesoros. Qué bueno ha sido conocerte y poder haber sido llamada tu amiga.

Goza tu cielo que lo tienes merecido. Y pide por nosotros que seguimos y que queremos seguir como lo hiciste tú, sirviendo, amando, construyendo y siendo fieles al amor de Dios.

Lourdes Ortiz
21 abril 2008

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Bienvenido (a) este espacio de compartir aquello que me dice el amor luego de veinte años de convivir con el dolor y las luchas de mujeres y hombres en Puerto Rico y más allá de nuestras fronteras. Quienes con sus vidas me han ofrecido profundas lecciones sobre lo que es la vida y las razones para seguir apostando al amor como única respuesta...