sábado, 17 de diciembre de 2011

El viejito y la maldición de los 70

La otra mañana echaba gasolina cuando de pronto sentí una presencia tras de mí. Cuando me di la vuelta me encontré con un señor quien me miraba atentamente. De momento me asusté, pero lo saludé con un firme ¡buenos días! La respuesta del caballero no se hizo de esperar “que maldición es llegar a los setenta años” y permaneció con su mirada fija en la mía.

Me detuve antes de decir nada y traté de analizar si estaba frente a un paciente de salud mental, pero al instante ante su próxima frase comprobé que no. “Creo que Dios se ha equivocado con algunas cosas, como el hacerse viejo, lo que es una maldición”. Permaneció en silencio como si ansiara escuchar algo en específico. Yo sólo pude contestar “la vida está compuesta por unas etapas y cada una tiene momentos difíciles y otros buenos, pero hay que atravesarlos todos”. Le comenté de mi diabetes y le dejé saber que por momentos para mí se convierte en una maldición.

Al escuchar sobre mi maldición me preguntó mi edad y abrió grandes sus ojos cuando le dije que estaba en los cincuenta y ya le estaba siguiendo los pasos. Le comenté que teníamos que animarnos pues todos teníamos momentos difíciles. Le di la espalda un momento para finalizar la tarea de la gasolina y cuando me volví hacia el hombre, ya había desaparecido. Miré de un lado a otro de la calle pero ya no estaba por aquellos lares.

Cuando seguí mi marcha hacia el trabajo llegó a mi mente la pregunta ¿qué vino a decirme este mensajero en una mañana tan cercana a la navidad? por qué me seleccionó a mí para compartir su maldición? Vinieron a mi mente las tantas maldiciones que cargamos los humanos, algunas que nos heredaron los que nos rodean y otras que hemos cosechado producto de nuestros actos. Pero a fin de cuentas maldiciones.

Pensé en los que viven quejándose de su situación económica, los que viven infelices con su pareja y terminan abandonado el barco y de paso a los hijos. Vinieron a mi mente los que he oído maldiciendo sus pensiones alimenticias. Los que sienten que el trabajo es una maldición que les roba tiempo del famoso “jangueo” que quisiéramos durara toda la semana. Hay los que consideran el tapón matutino su maldición. Para otros, el cuerpo es su maldición al no poder tener las medidas o la nariz de los artistas de las telenovelas. Quienes por cierto tampoco aceptan las suyas.

También recordé los que viven maldiciendo la casa en la que viven, la ropa que tienen pues quisieran otra que no pueden tener. Los que maldicen su sexualidad. Los que maldicen la lluvia luego de lavar sus carros. O maldicen a los que van en la carretera y le hacen cortes de pastelillos. O los que son diferentes y piensan diferente.

En fin, infinidad de maldiciones en una era donde vivimos inconformes con lo que somos sobre todo lo que tiene que ver con el interior. Con esa aceptación propia de donde parte toda realización humana. Vivimos rechazándonos a nosotros mismos y por ende todo lo que nos rodea. La maldición de no ser. Esa que es la peor de todas, pues es un hechizo contra la grandeza que encierra el ser persona y sus potencialidades. El ser humano que ha sido creado de naturaleza divina. De una maravilla tal que hasta el mismo Dios quiso hacerse humano en una navidad para demostrarnos cuanto vale su más hermosa creación.

Terminé mi reflexión con deseos de más conversación con el viejito, pues de momento su maldición se convirtió para mí en una gran bendición…

Lourdes Ortiz
17 nov 2011

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Bienvenido (a) este espacio de compartir aquello que me dice el amor luego de veinte años de convivir con el dolor y las luchas de mujeres y hombres en Puerto Rico y más allá de nuestras fronteras. Quienes con sus vidas me han ofrecido profundas lecciones sobre lo que es la vida y las razones para seguir apostando al amor como única respuesta...