martes, 19 de octubre de 2010

El Cielo y la Convivencia…

El miércoles pasado estuvimos de Convivencia con nuestros “cangris”. La experiencia es una de las más importantes dentro de nuestro modelo de servicios basado en la sanación de la autoestima. Sin embargo para los que servimos en ella resulta un reto tan alto como los postes de de Eco Mountain que subimos con los participantes.


Días antes de ir de Convivencia suelen invadirme ciertas sensaciones que me sirven de preparación para la donación que nos pide el amor. Por un lado la alegría de saber que vamos a tocar esas almas para ayudarlos a descubrir el valor de la vida y el potencial dormido producto del dolor que les ha tocado cargar. La convicción de saber que cada vida que se redescubre le da una esperanza al mundo.


Por otro lado me toca manejar la angustia de saber que vamos a adentrarnos en lo que llamo el “twilight zone” donde podemos encontrar todo tipo de historias y experiencias que siempre nos conmueven las entrañas. Por más que una se trata de preparar, resulta inconcebible y extremadamente doloroso lo que encontramos en el proceso.


Camino a la convivencia el pasado miércoles en la mañana, me recibió un cielo de esos que pocas veces se asoma. Un cielo que me hizo detenerme a contemplarlo impresionada ante sus colores y formas. Al detenerme sentí que me hice una con el color rosado, con aquella inmensidad que parecía no tener fin. Me invadió una profunda serenidad que guío cada paso que di en la experiencia junto con la certeza de que seriamos guiados desde lo alto y desde la tierra ante la opción de servir a los preferidos.


Así fue, en medio de la oscuridad a la que nos toca penetrar para llevar la luz, en medio de las historias que tocó escuchar, acogiendo el llanto y los gritos ante la hambruna de amor que está secando la vida de nuestros jóvenes, todos en el equipo mantuvimos la serenidad. Pudimos caminar de la mano de nuestros muchachos, desenmascarando cada idea falsa, cada situación de abandono, maltrato y abuso sin que nos temblaran las manos o el corazón.


Pude confirmar que el amor es la diferencia entre vida y la muerte del ser humano. “Sólo el amor” como dice la canción de Silvio Rodríguez. Sister Isolina Ferré descubrió que tocaba crear espacios para fabricar amor, para liberar el amor en una época donde la peor agonía de nuestro pueblo no es la recesión económica sino el individualismo materialista que sentencia a la soledad y al abandono a todo aquello o aquellos que no ofrezcan ganancia. Todo aquello que no enriquezca los becerros de oro que adoramos.


A muchos de nuestros jóvenes les ha tocado la secuela de ésta manera como hemos decidido vivir. Ellos conocen y se mueven en las reglas calle, saben lo que es la marginación, la pobreza extrema. Saben lo que es vivir encerrados en cuartos mientras pasan hambre, dormir en callejones, trabajar en puntos de drogas para llevar comida a sus hermanos. Ellos saben de armas, de droga, de profunda soledad y han tenido que enmascarar sus vidas con tatuajes, corajes y toda clase de anestesiantes para poder aguantar el dolor en el que les ha tocado vivir.


Y hay quien se atreve a llamarlos delincuentes, hay quien se atreve a juzgarlos porque usen palabras que ante la sociedad son obscenas. Palabras como “cabrón y puñeta” que he descubierto encierran una protesta silenciosa pero más profunda que las muchas protestas que a diario se viven en este país. Palabras que llamamos “malas” cuando las verdaderas palabras malas son maltrato, corrupción, marginación, violación... Y en esa protesta nosotros elegimos marchar cada día. En la calle, entre los puntos de droga, en el barrio, los tribunales, los hospitales, con ellos y desde ellos. Porque sabemos lo que en verdad son y nuestra misión es que lo descubran.


“Hay que estar allí para entender lo que es la Convivencia” me decía un facilitador en estos días. “Hay que escuchar lo que han vivido para poder entender sus conductas”. Y sobre todo hay que convivir con ellos para descubrir toda la grandeza que encierran, grandeza ante la el que oro y la plata pierden su valor. Hay que verlos jugar, escucharlos cantar, abrazar, hablar de cambios, de esperanzas, de sueños. Hay que ver al más candela que ha dado pasar los tres días en la cocina ayudando con los alimentos, sirviendo a sus compañeros. Al que más lios ha tenido en la calle dando consejos de porque la calle no vale la pena. A la que más “palis” se ha tomado hablando de sus metas y los pasos para alcanzarlas.


Y vuelvo mi mirada al cielo… me parece que el cielo celebra la esperanza de la tierra, confabula junto al amor que busca el lugar que le corresponde. El cielo sabe la grandeza que encierra el corazón de la juventud y por eso en esa mañana rumbo a la Convivencia se quiso hacer compañía para el camino…

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Puerto Rico
Bienvenido (a) este espacio de compartir aquello que me dice el amor luego de veinte años de convivir con el dolor y las luchas de mujeres y hombres en Puerto Rico y más allá de nuestras fronteras. Quienes con sus vidas me han ofrecido profundas lecciones sobre lo que es la vida y las razones para seguir apostando al amor como única respuesta...