sábado, 23 de enero de 2010

Con Haití

Hoy es de esos días que no se bien donde tengo la cabeza. Esta mañana la noticia del terremoto en Haití fue como si hubiese sido en mi cabeza. Pasé un rato de la mañana tratando de conversar con Dios hasta que me di cuenta que lo que en realidad estaba haciendo era forcejeando con él ante esas cosas que no logro entender. Haití, coño, Haití. Los más pobres y olvidados de este lado del mundo. El país hermano con el que todos tenemos deuda. Pasaron por mi mente las imágenes de nuestro encuentro con esta cultura y su buena gente y el dolor en el que viven cada día. Los rostros de los niños de la frontera que me sonreían en medio de esa pobreza que exprime el corazón.

Recuerdo la alegría con la que la Sor Encarnación me narraba sobre el almuerzo de navidad que celebró en los bateyes con los haitianos hace unos días, para el cual nosotros pusimos un granito de arena. Me hablaba sobre el agradecimiento que mostraban por un plato de arroz o un chocolate. Hoy imagino que todos estos amigos lloran la muerte y desolación de su pueblo o quien sabe si canten entre lágrimas como hacen cuando alguien de los suyos fallece.

No he querido ver las imágenes de la televisión, sólo lo que llega por internet, porque no creo que pueda ver esa devastación, porque no sé que haría conmigo ante la culpa y el dolor de ese desastre que de antemano sabemos que no será bien atendido. A media mañana y en medio de un día intenso, logré resolver con Dios reconociendo que esta destrucción masiva que estamos haciendo del medio ambiente seguirá trastocando la vida, y cosas más grande veremos que serán consecuencias de nuestras propias acciones. Bueno aun no sé si resolví con Dios del todo, pero si creo que él está en medio de ellos, allí donde yo quisiera estar. La rabia y el dolor anidan en mi alma en esta noche de no saber cuántos siguen entre los escombros, cuántos vagan por las calles desoladas entre gritos, dolor y sangre. Cuántos niños como esos que he cargado en mis brazos lloran desolados al no encontrar a sus padres, cuántos, cuántos…

Y sé que no faltará consuelo, esperanza. Sé que el amor de Dios se hará presente en el buen corazón de tantas personas que trabajan por la vida y se aliviará este sufrimiento, el que se pueda aliviar. Pero no dejo de preguntarme cuándo nos detendremos y retomaremos el rumbo de lo que es el ser humano y dejaremos de morirnos en vida por ese maldito egoísmo que nos aleja de nuestra esencia.

Y me reafirmo en el llamado al amor, porque no me da la gana de quedarme en la derrota, mudo mi dolor de esta noche del lado de lo que seguiremos en la trinchera hasta que nuestros pies no puedan más. Y con todos ellos viajo a Haití y me hago una con (as) nuestros (as) hermanos (as) haitianos…

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Bienvenido (a) este espacio de compartir aquello que me dice el amor luego de veinte años de convivir con el dolor y las luchas de mujeres y hombres en Puerto Rico y más allá de nuestras fronteras. Quienes con sus vidas me han ofrecido profundas lecciones sobre lo que es la vida y las razones para seguir apostando al amor como única respuesta...