No puedo terminar el año sin que diga lo que han significado
estos 50 años. Se lo debo a un amigo que me ha sido parte de mi historia a lo
largo de varios años de amistad. “Voy a
esperar tu reflexión de los 50” me dijo hace meses.
Aquí estoy sentada en
mi celda -así le dirían los monjes tibetanos a ese espacio donde uno se vacía
de todo- mientras todos van y vienen en sus paseos, compras y actividades en la
temporada para mí más hermosa del año. A la celda me ha llevado este tiempo en
que mi rodilla lastimada ha detenido mis pasos y me ha encaminado a descubrir y
revisitar cosas obvias que han estado ahí todo el tiempo. Personas, detalles
sencillos, actos de amor que me han permitido atravesar estos días con alegría
y optimismo.
Aunque he celebrado la llegada de los 50 de diversas formas,
ha sido este no poder casi caminar el que me ha regalado un espacio que me ha
permitido viajar al interior, a esa
soledad profunda que tanto tememos. Un espacio para revisar que he hecho o no
con la vida que se me ha regalado y hacia dónde deseo enfilar el norte rumbo a
los 60 una vez me levante de esta caída, de la que estoy segura me levantaré
con bríos renovados.
Solemos creer que
siempre tendremos salud -buenas piernas para caminar- que siempre tendremos a
nuestros seres queridos, trabajo etc. Pero la realidad es que vamos viviendo en
medio de cambios feroces, experiencias difíciles y dolorosas con las que toca
lidiar en un mundo en crisis que nos afecta a todos.
A lo largo de mi caminar he tenido gran felicidad, seres valiosos
que me han aportado mucho, grandes experiencias de crecimiento. También he tenido buenas
dosis de soledad, dolor, abandono, pérdidas, enfermedades al igual que mucha
gente que conozco. He tenido momentos donde he sentido que no es posible seguir,
que todo se viene abajo incluyéndome.
Gracias a los ángeles
del camino descubrí la única ruta que conduce a la felicidad verdadera. El
camino hacia las profundidades de mi ser. Ha sido visitando y enfrentando mis miedos,
corajes, inseguridades y toda mi vulnerabilidad que he podido descubrir que detrás
de ellos se encerraba una mujer valiosa y capaz. Ha sido descubriendo mis
heridas y pasando por el infierno de bajar hasta ellas para curarlas que he
podido descubrir el rostro bello de la niña mujer que soy.
Ha sido desde lo profundo del interior donde he encontrado la
luz propia que me ha permitido ver la de los otros y encaminarme a una vida de búsqueda
de plenitud, la propia y la de los que me rodean. Y ha sido desde esa profundidad
a la cual solo se llega por el silencio y la soledad que he encontrado el
rostro de la espíritu que ha dado vida a cuanto existe.
Han sido muchas y ricas las vivencias y personas presentes en
todos estos años de mi historia. Me toca un acto de agradecimiento eterno por
todo lo vivido. Agradecer por estos cincuenta años y las más de cincuenta
personas que han sido compañeros de camino. Sé que
hay mucho más en lo que debo crecer pues el camino de ser persona en plenitud
no termina nunca si lo que se quiere es ser feliz en vez de vivir distraídos.
Termino invitándome e invitándote a seguir esa búsqueda profunda
donde se encuentran las mayores riquezas de toda la creación. En tu propia creación.
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