domingo, 19 de febrero de 2012

Amanece



Amanece, me asomo por la ventana de nuestra sala. Siento el silencio de la mañana, todavía no ha amanecido del todo. Los pajaritos aun se pueden escuchar anunciando la llegada de un nuevo día. El cielo aun oscuro promete cosas maravillosas. Observo la calle asfaltada, los vehículos, las casas, el canasto que los chicos tienen casi en frente de nuestra casita. Camino descalza por nuestro hogar, siento el piso frío en una mañana que ya empieza a calentar. Y doy gracias por la vida, por cada momento y cada bendición recibida. Tomo mi vaso de agua a temperatura ambiente como cada mañana para hidratar mi cuerpo.

Mi mente vuela como en automático a los miles de lugares donde amanece o tal vez ya oscurece. Lugares donde las familias no tienen un techo seguro, pienso en mis hermanos de Haití, pero no sólo en ellos. Pienso en los que están en otros lugares más cercanos o distantes quienes carecen de lo básico para vivir. Aquellos que para tomar un poco de agua deben salir a buscarla lejos de su casa y tomarla con toda clase de contaminantes por no tener sistemas de filtración. Claro estoy consciente que nuestra agua también está contaminada.

Viajo por las lomas de Santo Domingo, lugares a los que en muchas ocasiones los vehículos de motor no alcanzan a llegar. Las favelas de Brasil que daría la impresión que en cualquier momento se vienen abajo arrasando con todas las casuchas y su gente. Las barriadas en las afueras de México a donde van llegando cuantos buscan mejores oportunidades y les toca seguir en pobreza, sólo que cerca de donde se vive la opulencia. Pienso en los hermanos africanos, esos que carecen de todo y se mueren de hambre a cada minuto sin que a los demás nos importe mucho.

Y viajo en unos segundos a través de esa pobreza material, de falta de servicios básicos, de oportunidades de trabajo, de educación y alimentación. Me acerco a los rostros de los niños, esos que no reciben regalos en la navidad, mientras saben que existen toda clase de juguetes a los que no tienen acceso. Los niños que caminan descalzos, que se comen lo que aparece en medio de tierras secas que ya no dan maná para su gente. Veo las sonrisas de esos niños, las más limpias y transparentes que he visto. Me contemplo en los juegos que he compartido junto a ellos, sus abrazos y caricias libres de miedos y cálculos. Las experimento como si me abrazaran en esta mañana y me abrazo a ellos.

Ayer mientras viaja por el sur de la isla, observaba los rostros de preocupación de nuestra gente. Las acciones violentas en la carretera, las miradas de coraje que abundan entre nosotros los boricuas mientras guiamos. Escuché comentarios sobre la situación económica del país y la gente que se sigue quedando sin empleos. Me percaté de como los negocios continúan cerrando y se observan más letreros que dicen “se vende”

Me fue inevitable pensar con preocupación en como los puertorriqueños atravesaremos esta recesión que continuará porque es parte de la globalización donde unos se harán más ricos y otros se empobrecerán. Mirando esos rostros de coraje, la desesperación, la angustia por lo material, los interrogantes de una generación que hemos aprendido a resolver todos nuestras problemas, que hemos aprendido a relacionarnos desde la mano en el bolsillo. Que hemos crecido creyendo que la vida y la verdad están definidas por cuanto tenemos o vestimos. Que nos ha tocado estar inmersos en una sociedad caracterizada por el individualismo donde primero pensamos en nuestras necesidades antes que en los demás. Un mundo donde hemos perdido el sentido de dignidad que todo ser humano posee y nos hemos convertido en mercaderes de la vida como otra “cosa más” que explotamos en función de la materia.

LLega a mi mente Mons Oscar Romero, uno de mis maestros. Quien vivió para caminar y acompañar la justicia. Quien murió convencido que una nueva esperanza renacería para su pueblo El Salvador. Quien no temió denunciar la injusticia, proclamar la verdad que el amor nos pide para cada hijo de Dios. Quien fue juzgado y condenado como el mesías, igualmente convencido de que resucitaría entre ellos. Sus palabras me resuenan en está mañana, el anuncio de que la justicia llegará. De que hay que morir o matar a un sistema que promueve la opresión material, pero más que nada la espiritual, el desarrollo humano. Acudo a su esperanza para hacerla mía. Para recobrar la valentía que requiere el ser apóstol en estos tiempos de confusión. Y al igual que la mirada de Sor Isolina , me cobijo en la mirada de Oscar Romero para que el convencimiento de principios que vivió reafirmen los míos y me sirvan de compañía para la misión.

“No nos cansemos de denunciar la idolatría a la riqueza, que hace consistir la verdadera grandeza el ser humano en tener, y olvida que la verdadera grandeza es “Ser”. No vale el hombre por lo que tiene sino por lo que es” 4 noviembre de 1979

Lourdes Ortiz

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Bienvenido (a) este espacio de compartir aquello que me dice el amor luego de veinte años de convivir con el dolor y las luchas de mujeres y hombres en Puerto Rico y más allá de nuestras fronteras. Quienes con sus vidas me han ofrecido profundas lecciones sobre lo que es la vida y las razones para seguir apostando al amor como única respuesta...